La
creación de “unidades de inteligencia” se convertirá en los próximos años en un
elemento decisivo y diferenciador en el ámbito de las empresas. Aquellas
compañías que tengan sistematizados sus procesos de inteligencia e información
de una forma organizada y eficiente, serán las que marquen la diferencia por
razones obvias.
Esta
“obviedad” radica en el simple hecho de que para tomar decisiones, de una forma
adecuada, es necesario contar con información tratada, analizada, contrastada y
fiable. Es decir, es necesario contar con “inteligencia”. Esta es la única
forma en la que podemos asegurarnos de que nuestras decisiones no se sustentan
en rumores, o en interpretaciones erróneas de la realidad. Si contamos con un
proceso real de inteligencia dentro de la compañía, minimizaremos de una forma
exponencial nuestra exposición al riesgo. Hasta ahora, y salvo contadas
excepciones (todas ellas en el contexto de las grandes compañías), los
decisores de las empresas han contado fundamentalmente con información de
mercado e información financiera. La tecnología ha permitido en los últimos
años acceder a una enorme cantidad de datos que, a priori, debería ponernos en
mejor situación para poder decidir. Sin embargo, siguen existiendo muchísimos
problemas vinculados a este hecho, por una razón fundamental: no es información
lo que necesitamos. Es inteligencia.
El
proceso de la inteligencia parte de la elaboración de un plan preliminar de
necesidades de inteligencia para la toma de decisiones. En virtud de esos
planes y una vez definidos los ámbitos de actuación de la compañía, es preciso
establecer un plan para la obtención de la información necesaria. Es en este
punto donde tiene mucho que decir la tecnología y las fuentes abiertas, pero no
podemos olvidar las fuentes humanas. Una vez conseguida la información se debe
proceder al tratamiento y análisis de la misma para convertirla en
inteligencia. Y tras ello, un elemento clave está en el proceso de difusión. Es
decir, hacer llegar en tiempo y forma la inteligencia a los órganos decisores
de la empresa.
Este
proceso no puede hacerse de forma artesanal o voluntarista. Es preciso contar
con un departamento, o grupo de personas capaces de organizar este trabajo de
una forma adecuada. De lo que hablamos, en definitiva, es de la necesidad de
organizar una unidad de inteligencia dentro de la empresa. Sin duda alguna,
ello requiere una inversión económica. Pero no se trata de una gran inversión.
En realidad, un equipo de 2 a 4 analistas de inteligencia puede ser suficiente
para poner en marcha este asunto, más las correspondientes inversiones en
tecnología.
No
estamos hablando de un asunto menor. De hecho, estamos hablando de la decisión
más importante y de mayor calado de cuantas se puedan tomar dentro de una
empresa. Es la decisión que marca la diferencia entre “acertar” (y por lo tanto
crecer) o “cerrar”. El problema fundamental al que nos estamos enfrentando en
estos momentos de incertidumbre es a la total ausencia de una cultura de
inteligencia en las empresas. El pensamiento creativo e intuitivo del directivo
es fundamental, pero no sirve de nada si no va acompañado de un profundo
proceso estratégico cimentado en una sólida capacidad de inteligencia.
Ya lo decía San Agustín en el siglo V:
“Aquellos que se resisten a ser derrotados por la VERDAD, son víctimas
permanentes del ERROR”
Muy acertado y totalmente de acuerdo.
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